martes, 12 de marzo de 2013

Reciclando en América Central


LAS PILAS NO DEBEN SER ARROJADAS A LA BASURA
Las pilas no deben ser arrojadas a la basura, pues se debe evitar que toquen el suelo, ya que de esa forma pueden contaminar las napas de agua. Son consideradas muy tóxicas las pilas tipo botón, es decir, aquellas que se utilizan en los relojes. Por ejemplo, si estas pilas se tiran con la basura y alcanzan las napas de agua, pueden contaminar 600.000 litros del agua que muchas personas beben.
Se puede hacer de una manera más sencilla llenando la botella con pilas y luego con agua y enterrándolas. De esa manera el agua absorbe el ácido que la pila larga,y no contamina.Ayudemos a cuidar nuestro mundo, no por ti ni por mi, sino por nuestros hijos, seamos una empresa socialmente responsable, iniciemos hoy.
Este es un mensaje enviado para cada uno de nosotros.
No habra ninguna maldición, pero si podemos ayudar a bendecir a nuestro planeta con un poco de conciencia.




Macetas ecológicas con botellas plásticas

En Centroamerica el poder adquisitivo es bajo, para las casas pequeñas y familias con poco dinero, esta es una muy buena opción. 

Materiales: 
Botellas plásticas
Soga
Cuter o navaja
Tijeras
Tierra
Plantas

Te dejamos el vídeo para que hagas tus macetas y sobre todo recuerda que hacer una maceta con botella plástica es reciclar y cuidar el medio ambiente. 





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miércoles, 6 de marzo de 2013

NO A LA VENTA DEL PATRIMONIO CULTURAL CHAPIN

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Centroamérica como la región más violenta a causa del narcotráfico



Según EFE,  la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE), en su informe del 2012 sobre el estado de la lucha contra las drogas en el mundo, se señala que "el narcotráfico ha corrompido a algunas de las instituciones públicas" de Centroamérica.
El creciente poder de los grupos de narcotráfico es proporcional al aumento de la corrupción y los homicidios en América Central, en una ecuación que ha convertido a la región en la más violenta del mundo, según la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE).


En su informe del año 2012 sobre el estado de la lucha contra las drogas en el mundo, este organismo del sistema de Naciones Unidas indica al respecto que "el narcotráfico ha corrompido a algunas de las instituciones públicas, desbordadas en varios casos ante los recursos desplegados por las organizaciones de traficantes".
Aunque en la región de América Central y el Caribe se cultiva cannabis y opio en cantidades pequeñas, el principal riesgo está en su condición de zona de tránsito de cocaína desde América del Sur hacia Estados Unidos.El documento alerta del "poder cada vez mayor de las bandas de traficantes de droga" y afirma que "los efectos de desestabilización del narcotráfico y sus repercusiones en la seguridad regional han ido en aumento".
"En algunos países de la región los índices de homicidios más elevados están vinculados a la delincuencia organizada y los conflictos entre grupos delictivos que se disputan el control de las rutas del narcotráfico hacia los mercados ilícitos del norte", precisa la JIFE.
Señala que, según datos de la ONU, gran parte de las 280 toneladas de cocaína que fluyen desde los países productores del sur a los consumidores del norte del continente americano pasa por América Central y el Caribe.
Aunque no aporta datos regionales, la JIFE asegura que las incautaciones de cocaína se redujeron en 2010, un síntoma de la caída de la demanda en América del Norte.


Pese a ser principalmente una región de tránsito, la JIFE se refiere a problemas concretos del aumento del cultivo de drogas, como el caso de la adormidera en Guatemala.
Entre 2005 y 2011 se triplicó el número de hectáreas de cultivo de adormidera, al tiempo que aumentaban las aprehensiones de heroína en la región, lo que parece indicar que se ha incrementado la producción de opio y la oferta de heroína.
En el texto, la JIFE también critica el enfoque sobre la legalización de drogas defendido por algunos líderes centroamericanos, entre ellos el presidente de Guatemala, Otto Pérez Molina.
Sin mencionarlo expresamente, la JIFE se declara profundamente preocupada por "el llamamiento hecho en altas instancias en favor de la legalización de drogas ilícitas, basado en la presunción de que la despenalización del tráfico reduciría la violencia conexa".
Un enfoque que este organismo considera "incompatible" con las obligaciones contraídas por los países firmantes de los tratados de fiscalización de drogas vigentes.

domingo, 3 de marzo de 2013

Mara, maras y shumada




Tomado de: Jorge Ramón González Ponciano
Centro de Estudios Mayas
Instituto de Investigaciones Filológicas UNAM




Es difícil hablar de la mara, las maras y la violencia simbólica en Guatemala y el resto de Centro América, si no se tiene en cuenta la prejuiciosa historia de la civilización y la blancura, que construye lo joven o a la juventud, a través de representaciones históricamente orientadas a visibilizar a los jóvenes con acceso a la escuela, y al cosmopolitismo de la blancura que va mas allá del fenotipo, y del colorismo que separa a los canches (rubios) de los morenos. Ya sea que alguien se sienta parte de la mara, o no, el ser joven en Guatemala ha sido proyección del ser urbano local, capitalino, alfabeto, europeizado, blanco o mestizo, asumido no-indígena y observante de los valores de la civilización cristiana, y de la modernización regresiva. 

Señalo esto porque antes de que se convirtiera en un tratamiento grupal que identifica a delincuentes juveniles organizados, la mara era o ha sido una categoría sociológica utilizada para nombrar al llamado pueblo, con énfasis en el pueblo joven ladino e indígena popular y urbano, equivalente en el caló local a banda, grey, broza, raza, manga, mancha, o piña, y otras designaciones del caló local que aluden a un sentimiento de pertenencia colectiva, reapropiado muchas veces por jóvenes de las capas medias, y hasta de la elite, que lo utilizan para referirse a sus propios territorios de lo social.

Marco Augusto Quiroa (2001), escribió que el origen de la mara se sitúa a mediados de los años cincuenta cuando llegó a Guatemala la película originalmente titulada The Naked Jungle, traducida como Marabunta y protagonizada por Charlton Heston y Eleanor Parker, que muestra el ataque de hormigas amazónicas en una plantación cacaotera en el Perú2. Mezclando palabras del caló y del castellano dialectal guatemalteco con otras inventadas por él mismo, Quiroa argumentó con humor que la figura o construcción social denominada mara “es usada y abusada por chancles aguacateros de la zona viva, chicas fresa del Montemaruca, hierberos del cartel de El Gallito, diputados expertos en buscarle tres pies al gato, e introducir mano de simio a deshoras de la noche, y esforzados guajeros del basurero multifamiliar de la zona tres”. “Las maras”, afirmó, “han invadido todos los sectores de la sociedad sin respetar el nivel académico, filiación política, clase social, linaje aristocrático o pureza de sangre. Son multiétnicas asegún convenga, pluriabusadas en pagar con pisto del vecino, y multidisciplinarias cortando parejo” 3

Este interclasismo en el uso del término mara anticipa la crítica de la lumpenización de la política, la sociedad y el Estado, que sin embargo, no rompe con la construcción elitista de lo joven cuyos antecedentes pueden encontrarse en eventos cívico-culturales como las fiestas de Minerva, organizadas por la dictadura de Manuel Estrada Cabrera (1898-1920), a principios del siglo veinte en honor de la “juventud estudiosa”, y que incluyeron la edificación de templos a la diosa griega y la publicación de álbumes conmemorativos lujosamente impresos, y en los cuales predominó una visión filocastrense de la virilidad, la higiene, la disciplina y “el combate al vicio y a la ignorancia” 4 con referencias marginales a la niñez y a la juventud indígena o mestiza popular5.

Tanto en el discurso de la dictadura de Estrada Cabrera sobre la juventud, como en las crónicas que describen el movimiento social que la derrocó, destaca la presencia de la joven elite, blanca criolla y ladina de la ciudad capital y de las cabeceras departamentales. En los años veinte y treinta del siglo XX, esta elite recibió la influencia del nacionalismo indigenista mexicano y en menor medida del vitalismo, el futurismo de Marinetti, el marxismo, el fascismo italiano, el nazismo alemán y la construcción del socialismo en la ex-Unión Soviética. Luego, en las décadas de los años cuarenta y cincuenta, la visión sobre lo joven y la juventud estuvo marcada por la euforia anti-fascista, la urbanización, el nacionalismo, el anticomunismo, y la admiración por el llamado mundo libre6.

Con la intervención norteamericana que abruptamente interrumpió la incipiente revolución nacionalista de Juan José Arévalo (1945-1950) y Jacobo Arbenz (1950-1954), el autoritarismo atrofió los mecanismos de participación ciudadana, criminalizando como bochinche cualquier manifestación de disidencia juvenil o protesta social organizada o espontánea7. Los bochincheros no fueron siempre quienes ahora son identificados por el supremacismo racista, como mucos, shumos, choleros o mareros, sino estudiantes universitarios de las capas medias y de la oligarquía, muy activos en las luchas anti-dictatoriales, e incluso en las organizaciones guerrilleras, y en la comparsa centenaria de la Universidad de San Carlos conocida como Huelga de Dolores, que todos los años recorre las calles del centro de la ciudad de Guatemala en vísperas de la Semana Santa.

En los años sesenta y setenta, la convergencia entre el movimiento estudiantil y las organizaciones sindicales, campesinas y populares, fue un factor decisivo para la clandestinización del nacionalismo revolucionario, y la incorporación de muchos jóvenes no indígenas e indígenas, a la insurgencia armada. Durante este período, las maras estudiantiles fueron parte de la identidad escolar de muchos alumnos de institutos públicos y colegios privados que anualmente se enfrentaban en encuentros de básquetbol en el gimnasio capitalino “Teodoro Palacios Flores”. Estas maras estudiantiles continuaron siendo visibles hasta entrados los años ochenta, pero a partir de la migración forzada intranacional que hizo de la ciudad de Guatemala el núcleo indígena mas grande de todo el país, fueron disipando su influencia, y las maras territoriales que ya existían desde mediados de los ochenta (Levenson 1998), comenzaron a tener mayor visibilidad.

Si los años ochenta fueron la década del genocidio, la década de los noventa fue de la guerra anti-cholera y anti-shuma. La conversión de Guatemala en país diaspórico y el crecimiento de la plataforma internacional del movimiento indígena y garifuna, entre otros factores, exacerbaron la polarización social, generando escenarios de confrontación simbólica, que enseguida analizaremos. En 1992 se produjeron protestas estudiantiles en la ciudad de Guatemala para denunciar la falta de maestros y la pobre condición de la infraestructura educativa, que para las autoridades fueron asunto de bochincheros, soliviantados por maras, o de “muchachos que quieren holgar y haraganear”, como declaró la ministra de Educación, María Luisa Beltranena.

En una coyuntura en que los ministerios de Educación y Gobernación habían advertido no tener contemplaciones para quienes infringieran la ley, y utilizar “todo el peso de la ley” en contra de los protestantes, el pelotón antimotines de la policía nacional allanó el Instituto Nacional Central para Varones, a varios de los detenidos se les despojó de sus zapatos y pantalones, y a uno se le obligó a beber cloro. El gobierno no descartaba decretar el “estado de excepción”, los jóvenes continuaban manifestando, el Ministerio

Público amenazaba con poner en la cárcel a los bochincheros8. Sin embargo, es indudable que el factor principal en la irrupción pública de las maras en Norte y Centro América a principios de los años noventa, fue el endurecimiento de las leyes migratorias en Estados Unidos, a partir de los disturbios en Los Angeles motivados por la golpiza a Rodney King.9

La policía de esa ciudad global, decidió que la violencia y los saqueos, provenían en buena medida de pandillas locales, incluyendo a la Mara Salvatrucha, que en esa época era un grupo de inmigrantes salvadoreños poco conocido. El gobierno californiano decidió empezar a sentenciar a menores de edad infractores como que fueran adultos, y luego como dice Ana Osorio, vino en 1994 la legislación de "three strikes and you're out", que elevó significativamente las penas para criminales convictos de tres o más delitos.

El Congreso norteamericano modificó la ley de inmigración en 1996, y como consecuencia de ello, todos los no ciudadanos sentenciados a un año o más de prisión, comenzaron a ser repatriados a sus países de origen, y aún criminales estadounidenses nacidos en el exterior, fueron y han sido despojados de su ciudadanía y expulsados una vez cumplida su condena. Se incrementó la lista de delitos que hacen a una persona deportable, previamente considerados ofensas menores como manejar en estado de ebriedad o haber cometido un robo en alguna tienda.

Se calcula que solo entre 2000 y 2004 fueron deportados a Centro América más de 20,000 jóvenes criminales, muchos miembros de la MS 13 y la M18, tatuados y hablantes de spanglish, que muy pronto incidieron en el incremento en el tráfico y consumo de “crack” tanto en Estados Unidos como en Centro América; y en el reclutamiento de adolescentes cuyos padres habían migrado a los Estados Unidos durante los años 1980s y 1990s, y que son parte de la población menor de 15 años que según la Organización de Naciones Unidas, constituye el 45% de los habitantes del istmo centroamericano.

Los gobiernos locales ocupados en la reconstrucción de posguerra, no tenían idea de quienes eran muchos de los deportados, dado que las reglas de inmigración para la propia conveniencia mañosa de los Estados Unidos, prohiben revelar cual es su historial criminal. La reacción mas o menos tibia de algunos políticos centroamericanos ha sido acusar a Estados Unidos de haber hecho con su deportación de criminales, algo similar a lo acontecido en 1980 con los marielitos, cuando la revolución cubana supuestamente vació sus prisiones y envió a miles de delincuentes a Miami.

Se estima que entre 1998 y 2006 el gobierno norteamericano deportó a más de 46 mil criminales convictos a Centro América. ( UNODC 2007:40-42 cit. pos. Rodgers et al.2009) El hecho es que tales deportaciones no impidieron que entre 2003 y 2005, la MS-13 por ejemplo que surgió a principios de 1980 en Los Angeles, empezara a retornar a los Estados Unidos convertida en una pandilla mucho mas peligrosa que su encarnación original. Aparecieron mareros en Nueva York y en los suburbios de Maryland y Massachussets, donde había una población salvadoreña significativa. Al principio, las autoridades asumieron que procedían del sur de California, y solo en el área de Washington D.C. la MS-13 tiene ahora unos 5,000 miembros, que han adoptado el machete como su arma favorita.

Steven C. Boraz y Thomas C. Bruneau con base en cifras mas bien conservadoras tomadas de la Policía Nacional de El Salvador, estiman que solo en Honduras hay 36,000 pandilleros, en Guatemala, 11,000, El Salvador, 4,500, Nicaragua, 2,700, Costa Rica, 1,400, Panamá, 1,400 y Belice por lo menos 100, que juntos suman casi 70,000. Se calcula que solo la MS-13, tiene 20,000 miembros en los Estados Unidos, 4,000 en Canadá y una gran presencia no determinada desde Chiapas en el sur a Tamaulipas en el norte de México, en donde como sabemos la MS-13 y M-18 han tomado como presa a los inmigrantes documentados a los Estados Unidos10.

En la década pasada las cifras globales sobre el número de mareros oscilaban entre 70 y 100,000. Otras fuentes los sitúan entre 350,000 y hasta medio millón de jóvenes, cuya edad media es de 19 años aunque sus líderes a menudo tienen de 30 a 40 años. La M-18, considerada una “megagang” por el FBI, está mucho mejor organizada que su rival la M 13. Ambas son ultraviolentas y funcionan como familias substitutas para sus miembros dedicados al ladronismo, la venta de drogas, las extorsiones y los contratos para matar gente. Cada clica tiene de 15 a 100 miembros aunque en promedio fluctúan entre 20 a 25 miembros. Se convirtieron en la tropa de redes de traficantes de drogas, indocumentados, armas, carros y documentos robados. Gracias a ello, en toda la región, las prisiones se saturaron y consiguientemente se produjeron mas motines, debido al hacinamiento y los pleitos entre las propias pandillas.

En Guatemala por ejemplo existe un 170% de saturación en las prisiones, a pesar de que es uno de los países del continente con mas baja población carcelaria (28 por 100,100). Lo cual quiere decir que en celdas que son para cuatro detenidos hay hasta 18 individuos. La tasa de homicidios es de 70 por cada 100,000, aunque según la Cruz Roja Canadiense llega a 109 por cada 100,000. Esas tasas de homicidio son 11 veces peor de lo que la Organización Mundial de la Salud considera una crisis; y el juicio promedio para cada delincuente dura mas de 4 años y solo el 6% de los crímenes resultan en sentencias condenatorias (Lewis 2010).

Al igual que en los Estados Unidos, los gobiernos centroamericanos saben que las estrategias de mano dura por si mismas no resuelven el problema. Las maras se han transnacionalizado y miembros de la MS-13 han sido capturados en lugares tan distantes como Lima y Toronto. Con el pretexto de investigar los vínculos entre jihadistas y mareros, entre 2006 y 2007 se creó una nueva división de la Homeland Security para hacerse cargo de deportaciones de centroamericanos. Los países del istmo abrumados por la corrupción, la impunidad, y la extrema pobreza, difícilmente pueden instrumentar un enfoque integral para enfrentar la deportación de criminales que no se quede en la supresión violenta de las pandillas, sino realice acciones de intervención y prevención, como se ha hecho en Maryland o en Los Angeles, donde el control policial y el involucramiento de la comunidad han permitido crear programas para mantener a los jóvenes fuera de las pandillas o persuadirlos a que se salgan (Alvarez et al. 2007, Arana 2005, Savenije 2007, Wilson 2004, Wolf 2010, Zuñiga 2008-2009).

La Guerra Fría, el comunismo y la violencia fantasmática 

La migración de familias e individuos pobres a los centros urbanos debido al conflicto armado y a la extrema pobreza en el campo, creó una muchedumbre de jóvenes sin ocupación que no fuera la vinculada a la “economía informal” o a la delincuencia. Su exclusión política y su integración socio-económica como fuerza de trabajo barata o deshechable, hizo a muchos estudiantes de secundaria y vocacional, proclives a formar parte de las maras territoriales, participar de adscripciones y procesos identitarios que giran alrededor de la violencia delincuencial que tiene mucho de fantasmática.

Como en otras partes del mundo donde la insurgencia guerrillera abrió para muchos jóvenes espacios de restitución simbólica a un costo altísimo y traumatizante, en Guatemala ese fenómeno durante y después de la guerra, contribuyó a que surgieran espacios de violencia fantasmática, un término utilizado por James T. Siegel (1998) para referirse a la violencia que emergió en Indonesia tras el asesinato de mas de un millón de “comunistas”.

En esta violencia fantasmática, la subjetividad del ejecutor muestra ambivalencias, contradicciones y espacios de disloque y restitución que se resisten una interpretación convencional basada en binarismos, dado que tanto el agresor como el agredido tienen razones que no siempre coinciden con la lógica bipolar del enfrentamiento clasista o de los conflictos socio-políticos o culturales mayores, aunque al final sobresalga como siempre, el autoritarismo que permea a las diversas maneras de resolver conflictos interpersonales y grupales.

Por ejemplo, alumnos del Instituto Nacional Central para Varones molestos porque los del Rafael Aqueche no los acompañaron en las protestas por la muerte de uno de sus compañeros, llegaron a destruir la marimba de los aquechistas11. Tiempo después otros aquechistas tomaron el edificio de su propio plantel en protesta porque las autoridades del establecimiento decidieron que su instituto no participaría en el desfile cívico del 15 de septiembre. A su vez, alumnos del Aqueche también protestaron por el acceso restringido a la Banda de Guerra del establecimiento, reservado solo a los que tienen mejores calificaciones y porque los maestros decidieron cambiar el nombre de Banda de Guerra a Banda Escolar12. Las riñas entre institutos13 y la necesidad de liberar el malestar que provoca la marginación social, genera este tipo de violencia14 que ha favorecido a la marerización de la juventud pobre15.

Para el autoritarismo anti-marero, sin embargo el marero territorial es el mas aborrecido y en menor medida el integrante de las maras estudiantiles. La gran cantidad de crímenes y agresiones atribuidos a jóvenes conocidos como mareros, cholos o pandilleros ha robustecido la demanda interclasista que clama por una mano dura que los extermine y ejecute una “limpieza social”, al estilo de la que el general Efraín Ríos Montt impuso después del golpe de Estado del 23 de marzo de 1982 y que favoreció a su posterior encumbramiento político16. Según Deborah Levenson-Estrada (1988) a finales de los años ochenta, el perfil del marero medio era: Menor de veinte años, nacido y crecido en la ciudad; alfabeto y con algún grado de estudios, perteneciente a una familia pobre o de clase media, sin trabajo pero habiendo trabajado en puestos mal pagados, que usa drogas de forma habitual y roba para poder conseguirlas, procedente de una familia inestable, con padres o padrastros violentos, alcohólicos e incomunicativos, y con malas experiencias escolares. “Un rasgo decisivo para entender su psicología: la mayoría siente que no tiene futuro”.

Muchos de los mareros viven en asentamientos en donde un alto porcentaje de sus habitantes son menores de edad y muchos de los adultos son albañiles, choferes, mecánicos, maestros, trabajadores de maquilas, pequeños comerciantes, tortilleras, sirvientas, enfermeras y vendedores.

Preguntados por los investigadores de la Asociación para el Avance de las Ciencias Sociales sobre qué se puede hacer para que no haya tanta violencia, en el asentamiento de El Mezquital, por ejemplo, niños de entre 10 y 12 años de edad dijeron que había que “matar a los ladrones”, o “mandar a fusilarlos”.

Un adulto de Santa Cruz Chinautla, otra comunidad en donde existe gran número de jóvenes involucrados en maras, dice que “casi todas las familias tienen hijos que pertenecen a esos grupos; y si me pongo a recoger firmas (para denunciarlos) me echo de enemigo a este pueblo”.

Aunque en este estudio no se abordó el factor étnico-político entre los considerados mareros, en la actualidad puede percibirse que en el imaginario social persiste una división drástica entre la nosotrosidad metasociológica que sigue reconociéndosele a la mara en general, y el ser marero territorial. Esta división está influída por los nuevos escenarios moldeados por la conversión de Guatemala en país diaspórico y derivado de ellos las colisiones entre un cosmopolitismo desde debajo de los migrantes al norte y la blancura hegemónica del cosmopolitismo desde arriba, patrimonio de la pequeña pero poderosa minoría que domina el país.

Del problema del indio al problema del shumo
Es absurdo generalizar pero hay que decir que una buena parte de la percepción académica y periodística en relación a la mara y a las maras, adolece de una grave falta de contexto histórico, que de un plumazo borra radicalmente lo acontecido a nivel regional durante la guerra fría y refuerza la tendencia a patologizar y criminalizar a quienes se supone, son la principal amenaza para la seguridad y la estabilidad en esta parte del hemisferio.

Hace más de cien años, el principal “problema” para la construcción del Estado-nación y la democracia liberal en América Latina, era el denominado problema del indio. A este problema que se esperaba sería solucionado por la integración social de los indígenas a la nación homogénea con ayuda de la antropología; se agregó luego el llamado problema de la mujer.

Posteriormente, la controversia sobre la modernización regresiva, simulada, o fallida, se desplazó al problema de la juventud. El discurso sobre la juventud como problema y no como la energía social fundamental para la construcción democrática, criminaliza a miles de desempleados jóvenes que cada año se convierten en parte del problema de la juventud: El último gran chivo expiatorio del capitalismo tardío en la periferia del mundo.

La criminalización de la juventud y en particular de la juventud indígena, ladina, plebeya y no-blanca en Guatemala y buena parte de Centro América convierte al desempleado joven en vago, reforzando viejos mitos de la mentalidad dominante que atribuyen el origen de toda delincuencia a la proliferación de haraganes y viciosos, que por lo general son mucos, shumos, choleros, o mareros. Esta criminalización, como ya señalamos, mareriza y choleriza a la juventud indígena y mestizo-popular, reiterando la creencia elitista de que los muchos jóvenes desempleados o sub-empleados, son proclives a la delincuencia, o están condenados a cumplir siempre funciones subordinados en cualquier relación que establezcan con los criollos y los blancos nacionales.

Ser cholero o shumo sigue siendo asociado al hecho de ser sirviente, indio, pobre y no-blanco. El sentimiento anti-cholero anti-shumo es en parte una reacción de la “gente decente” que se supone blanca y adinerada, a los cambios derivados de la diáspora maya y ladino popular al norte, y que ahora tiene acceso a bienes simbólicos y materiales, antes considerados patrimonio exclusivo de la elite, como el manejo del idioma inglés, el acceso a carros, materiales de construcción y nuevas tecnologías de comunicación. Se abrió así un espacio de confrontación simbólica entre el “cosmopolitismo desde arriba” de la blancura y la economía de plantación y el “cosmopolitismo desde abajo” de migrantes y de organizaciones y personalidades indígenas y afro- descendientes, que han creado su propia plataforma de activismo internacional. 

Retomando las discusiones planteadas por Fuyuki Kurasawa (2004) y Craig Calhoun (2002), sostengo que hay un cosmopolitismo desde abajo, descalificado por el racismo elitista que define a Los Angeles como “La Meca de los Shumos”, la ciudad global, donde vive mas de un 1,200,000 guatemaltecos, que la convierten en la segunda en importancia demográfica después de la ciudad de Guatemala (Arias 1999-2000, y 2003, Castañeda et al. 2002, Chinchilla et al. 1993, Fink 2003, Hagan 1994, Hamilton and Stoltz 2001, Lopez et al. 1996, Menjívar 2002, Nolin 2004, Loucky and Moors 2000, Popkin 2005, Vlach 1992, Wellmeier 1998 y Wilson 2004).

Por un lado la visión estratificada de la geografía transnacional deja Los Angeles a los shumos, y reserva Miami y Houston para la gente decente o caquera. A nivel local, esta jerarquización del espacio se define dependiendo de donde vive la persona, a cual escuela o colegio asistió, cual es su fenotipo, cuanto dinero tiene , como vestido o que tipo de carro utiliza17.

Lo muco, lo shumo, o lo cholero, representan por un lado el espacio del mestizo no-blanco y del mestizaje negado por la blancura e invisibilizado por la dicotomía indígena-ladino. Y por el otro evidencian el poder movilizador del sistema de representaciones que desde arriba y desde abajo de la pirámide socio-cultural, glorifica las purezas raciales, en particular las del “blanco puro” y el “indio puro”. Esta vergüenza por la “impureza”, que contrasta con el culto al “mestizaje eugenésico” invocado para “mejorar la raza”, es en buena medida responsable de que el liberalismo guatemalteco no haya promovido un orgullo mestizo que propiciara el desarrollo institucional de una cultura nacional fundado en la herencia indígena y afro-descendiente.

Sin embargo, aunque el muco y el cholero son o pueden ser mareros, existen apreciaciones en los que shumos, mucos y choleros son personajes ubicuos y transclasistas que actúan como desorganizadores de un orden simbólico reivindicado por los normales o intermedios. Así, muco no es solamente el que vive en los asentamientos sino que su universo cultural puede ser proyectado en otros ámbitos de la vida social y juvenil de Guatemala.

Dice El Shumómetro por ejemplo, un documento de humor racista que circula en el Internet, que el shumo es “huevón, chillón, traicionero, borracho barato, idiosincrático, machista, cobarde, ignorante y por lo general aunque no siempre: delincuente”. El shumo así definido se encuentra en contraposición social e ideológica con el macho blanco, patriarcal, masculino, ejecutivo, rico, liberal o conservador que protege, provee y cuida, y de esa forma gana el derecho a subordinar a los demás, empezando con la mujer que lo admira y acepta ser parte de sus posesiones. Estas características “shumas” recuerdan además el estereotipo sobre el indio haragán, “quejita”, no confiable, no “bolo fino” que aparece en los ejemplos recogidos por Lisandro Sandoval en su Semántica Guatemalense (1940) y por Federico Hernández de León (1941).

El Shumómetro mide la condición shuma con base en marcadores tan variados y dísimiles como el fenotipo, las “costumbres”, los nombres propios, la forma de vestir18, hablar19, el “trato”, la etiqueta, la comida, las características de la vivienda, el manejo de las excrecencias20, las preferencias deportivas, televisivas, musicales, los sitios de entretenimiento, todo lo relativo a los carros, los vínculos reales o imaginarios con las fuentes del poder económico y político y hasta la manera de utilizar el celular y el correo electrónico.

Así como la presencia transnacional de las maras ha servido para reforzar las posiciones del neoconservadurismo anti-inmigrante fincado en las tesis de Samuel Huntington sobre el choque de civilizaciones (1997), que demoniza al mundo árabe y musulmán, justifica las deportaciones en masa, la militarización y/o el cierre de la frontera sur norteamericana; al interior de Guatemala, la guerra anti-cholera y anti-marera a nivel local constituye una especie de choque de civilizaciones, que en el marco mayor muestra el fracaso de las estrategias que luego del fin de la segunda guerra preconizaron la “integración social”, el “meeting pot” y la “clasemedierización del mundo”, con ayuda de las ciencias sociales.

Como consecuencia de ello sale mas barato criminalizar a la juventud pobre, y achacarle al coro de criaturas infernales que constituyen las maras, la responsabilidad por el descalabro social y la inestabilidad regional, que evaluar el legado de la guerra fría de Estados Unidos en Centro América, o fenómenos como la lumpenización de toda la sociedad posterior a la matanza de comunistas como en Indonesia.

Habría que reflexionar también en las maras de empresarios privatizadores neoliberales, retratadas por Marco Augusto Quiroa, incapaces de aceptar que no puede haber seguridad democrática sin recaudación fiscal, y que son responsables directas de que el país siga encabezando las listas mundiales de desnutrición crónica y espina bífida. Para ellos es mas fácil vivir atrincherados favoreciendo a las empresas propiedad de exmilitares que “venden seguridad”, que contribuir a desmantelar el negocio de la impunidad.

Solo el año pasado, Guatemala registró 5,960 muertes violentas, que superan al promedio anual de 5,550 muertos anuales reportados durante la pasada guerra. Tras 36 años de guerra mas 14 años de posguerra, que suman 50 años de imparable violencia, apenas el 6% de los asesinatos son resueltos y como dicen los personeros de la ONU, lo único que avanza en el país es la impunidad. (Siglo XXI 18 de marzo de 2011).

A ello se agregan dos fenómenos de mayúscula importancia en la degradación social, pero prácticamente invisibles en la política pública: la violencia intrafamiliar y los feminicidios. El maltrato físico y verbal a la población infantil y femenina se ha incrementado de manera alarmante en 18 de los 22 departamentos, según la Procuraduría de Derechos Humanos, y de mas de 15 mil denuncias de violencia contra la mujer registradas en 2010, solo 218 recibieron sentencia condenatoria. Apenas durante el primer trimestre de 2011 se contabilizaban 181 mujeres asesinadas.

Pese a ser la segunda fuente de violencia, después de la criminal, curiosamente ninguno de los candidatos para las próximas elecciones, auto-representados como dueños de la guillotina anti-crimen, incluídas las candidatas mujeres, se han pronunciado frente a esta abominable expresión del bestialismo, que tiene a miles de familias viviendo cada día a merced de sicópatas, que golpean, humillan y matan impunemente.

Dice Arnoldo Ramírez Amaya (Urrutia 2005), el gran jefe de la insurgencia plástica guatemalteca, que “la injusticia con que la humanidad ha tratado a estos niños (que ahora son mareros) la va a pagar muy cara”. No se si nosotros podremos ver eso, pero lo cierto es que por lo pronto, las únicas posibilidades de desafiliación para un joven integrante de maras o pandillas, son la muerte o la conversión cristiana, apoyada ésta última por la Agencia Internacional para el Desarrollo, el Departamento de Estado y las iglesias evangélicas de los Estados Unidos. Como dice Kevin Lewis O’Neill (2010), se nos quiere convencer de que el problema está en el alma y no en las calles, o que es la falta de voluntad y autoestima, y no la exclusión y el racismo, los responsables del actual desgarramiento.

Mientras tanto, la guerra simbólica, la disputa por el “moral ground” como le llaman los conservadores de la universidad Francisco Marroquín, y el control del espacio público siguen su curso; y en un país donde los jóvenes de escasos recursos no tienen donde ir, los estratos altos y medios le apuestan a la perpetuación de las relaciones serviles, a la segregación positiva y negativa, y como argumenta Diego Vásquez Monterroso en este mismo volumen, a la difusión del arte reaccionario, que al viejo estilo fascista impone los significados y contenidos de la alta cultura y la solidificación del mundo, que criticó René Guenon (1945).

Monterroso, el resucitamiento del futurismo de Marinetti, en los programas de remozamiento del centro histórico de la alcaldía de la ciudad de Guatemala, encabezada por Alvaro Arzú, autoasumido como la encarnación del dictador Jorge Ubico, jardiniza y gentrifica, colocando esculturas que remarcan la legitimidad de la violencia del metal, y del poder que asiste a los beneficiarios de esta solidificación del mundo.

Mas allá del pesimismo, la victimización y el conformismo social, al final la pregunta interclasista es como se hace para que el dolor ya no duela, como se elimina la raíz de donde éste surge, y cómo a la par del desgarramiento de la violencia, puede subsistir el insustituible goce de la experiencia estética y el Royal Art que es fuente de toda creatividad.


Ver referencias bibliograficas: 
http://www.muac.unam.mx/proyectos/campusexpandido/lazona/zona1/jorge_ramon_gonzalez_ponciano.html


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La palabra Mara de donde viene

En El Salvador se usa la palabra mara  para denominar a grupos de personas inadaptadas sociales que roban, consumen drogas, se tatúan de formas especificas y se involucran en el crimen organizado, antes esta palabra solo denominaba a grupos de personas reunidas en la esquina de una calle. 

La palabra se tomó de la  película de 1954 protagonizada por Charlton Heston 
El nombre la pelicula tambien se tradujo como: "La selva desnuda", en Centroamérica se le llamó "Cuando ruge la marabunta", o simplemente "Marabunta".

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